Nadie puede y nadie debe vivir sin amor. Esta serie biográfica narra la apasionada vida y carrera del icónico músico argentino Fito Paez.
Desde sus inicios hasta su disco más vendido, la vida y obra del músico rosarino tiene un guion escrito con profesionalismo pero escasas ambiciones creativas
Desde los tiempos del cine mudo toda película biográfica de tintes tradicionales y/o realistas esconde en su interior la ambición, tal vez un poco morbosa, de pretender que el espectador, durante el tiempo que dure el hechizo, imagine que lo que está viendo no es otra cosa que la vida real desplegándose ante sus ojos. Algunas lo hacen de manera más o menos ostensible, otras alternan esa posibilidad con los delirios de la imaginación más rampante. En el fondo, se trata de relatos de ficción inspirados en vidas –hechos, anécdotas y emociones– reales, que siempre resultan más complejas que cualquier intento de reconstrucción audiovisual.
La nueva serie biográfica producida por Netflix, El amor después del amor, está centrada en el período de la carrera de Fito Páez que va desde sus inicios profesionales hasta el batacazo de El amor después del amor, el disco de rock nacional más vendido de la historia. Aunque con amplias paradas en la infancia, como suele ser la costumbre en decenas y decenas de biopics de artistas y músicos que hacen de los primeros años de existencia el reservorio ideal de traumas, chispazos creativos y ocurrencias que marcan toda una vida. Aquí hay baldazos de cal y también de arena, alternando momentos relativamente inspirados con otros que no hacen más que reforzar la idea de estar viendo una ilustración de un guion escrito con profesionalismo pero escasas ambiciones creativas.
Todo comienza con Fito (Ivos Hochman) nervioso frente al espejo del camarín. Del otro lado de los cortinados lo espera una masa de admiradores dispuestos a corear todos y cada uno de los hits de su discografía, en particular los de ese disco que acaba de romper récords. Pero, más allá de estar preparado para dar alegría a todos esos corazones palpitantes, el protagonista parece habitado por fantasmas, y la simbología evidente de ese chapuzón en aguas profundas, cuya cualidad uterina es imposible dejar de lado, es el disparador del extenso flashback que se desenvolverá a lo largo de las siguientes cinco horas (cada uno de los ocho capítulos tiene una duración aproximada de 40 minutos).
Así, el pequeño Rodolfo Páez, rosarino de nacimiento y de alma, visita la disquería de su padre, interpretado con peluquín por el comediante Campi, un melómano ecléctico que le hace escuchar al jovencito toda clase de música. El piano en casa permanece cerrado bajo llave desde la muerte de la madre, imagen recurrente que reaparecerá varias veces a lo largo de la historia, como un cofre de tesoros ocultos a la vista del futuro músico. El montaje permite que esa infancia de discos de vinilo, clases de piano y veranos calurosos con una nueva “señora que limpia” que llama poderosamente la atención del niño se alterne con la vida adolescente durante los años de plomo. Fito toca con su banda amateur evitando el cruce con los milicos de guardia nocturna, siempre a la caza de la detención arbitraria, y es durante una de esas noches que un joven Juan Carlos Baglietto, uno de los grandes nombres de la trova rosarina, encuentra en el joven tecladista una promesa musical a ser cobijada y apadrinada.
En el primer capítulo de El amor después del amor se condensan algunas de las virtudes y deméritos de toda la saga. La capacidad de imitación de una supuesta realidad basada en la vida de Páez –en parte, es de suponer, a partir de sus memorias recientemente publicadas, Infancia y juventud– ofrece escenas de contenido emocional elevado. La obsesión por reproducir hitos y leyendas entrega escenas como la de la chica que entra en la disquería y, sosteniendo el vinilo debut de Sui Generis, Vida, mientras observa al gurrumín Fito, sin mediar preámbulos ni preguntas previas, como si fuera una frase de la Wikipedia transformada en línea del guion, le dispara el siguiente monólogo: “¿Sabías que hizo el servicio militar? Dos meses en el sur. Para que lo den de baja se tomó dos frascos de pastillas. Después compuso “Canción para mi muerte”.
Charly García, desde luego, aparece rápidamente, en el segundo episodio, como nuevo padre putativo e ídolo personal no exento de zonas grises. La era es aquella que va de Clics modernos a Piano Bar, y allí también dice presente una jovencita Fabiana Cantilo, inminente primer amor de largo alcance y compañera en las buenas y en las malas, las personales y las artísticas. Charly y Cantilo están interpretados respectivamente por Andy Chango y Micaela Riera, ejemplos máximos de la capacidad de mímesis de la serie: por momentos, cuando las sombras ocultan una franja del rostro o bien la distancia a la cámara lo permite, Riera es Cantilo y Chango es Charly.
Años de regreso a la democracia, de libertades recuperadas, de rock nacional a pleno y también de descontrol, de coqueteo con las adicciones que aún no van acompañadas de depresión, de Virus y de Los Twist de gira, haciendo tres y hasta cuatro pasadas por noche, recorriendo tugurios, clubes de barrio y algún local con futuro de mito. Fito compone y crece musicalmente, graba su primer disco solista, las giras se hacen cada vez más populares y los públicos más grandes, las discográficas están a pleno. “Abrámonos de Grinbank”, dice alguien al pasar, pero El amor después del amor no se lleva mal con nadie y a nadie ofende (es de suponer una extensa lista de aprobaciones de derechos, firmadas de puño y letra por las personas de carne y hueso). El arco narrativo de la serie llega previsiblemente a los años más oscuros, a la muerte del padre y el terrible asesinato de la abuela y la tía en la casa materna de Rosario. Allí late el corazón triste de los últimos capítulos, cuando la fama del rockero parece haber llegado a su techo y el talento compositivo se estanca por razones lógicas.
La tierna amistad de Luis Alberto Spinetta, la aparición de un mecenas y el encuentro con Cecilia Roth marcan el comienzo de una resurrección (de nuevo la imagen del agua, que puede ahogar pero también lavar y sanar, como en un bautismo profano), ese amor después del amor del título. El del disco y el de la serie. Una serie diseñada para ilustrar una vida, una carrera. Una estampa oficial que acompaña idealmente la gira internacional El Amor 30 Años Después del Amor.
POR DIEGO BRODERSEN para la revista ROLLING STONE.